BODA EN LEON
En los viajes al exterior suelo ser muy distendido, ocurrente y desenfadado. Es como que me libero de prejuicios y comportamientos, siempre guardando la cordura…por supuesto.
Viajamos a Europa con mis dos hijas menores y meses antes acabábamos de casamentar a la mayor. De paso, Julieta la del medio, preparaba el suyo y de hecho, parte de su ajuar lo compró en ese recorrido. Estos detalles tienen relación a lo que ocurrió, una mañana soleada, en la bellísima catedral de León, España.
UN BAR CON MESAS AFUERA
Al frente de ella y casi al mediodía, nos sentamos en un bar con mesas afuera a tomar un refresco y mientras saboreábamos unas olivas y los clásicos vermouth de Castilla, cámara en mano me adelanté al atrio de la monumental iglesia, en momentos que llegaban gente muy bien ataviadas con trajes negros, smoking, vestidos largos con capellinas y otras más señoriales con peinetas y mantillas al tono.
Todo demostraba ser una boda de gran categoría y a mi juego me llamaron. Comencé a sacar fotos de los invitados y buscando un mejor ángulo, me acerqué al atrio lateral, como una especie de sacristía, cuando un joven muy apuesto, con jacket y azahares en el ojal, (que no dejaban dudas de ser el novio), en estado muy nervioso me pidió una pitada.
DIALOGO Y DESPUES
Por entonces yo fumaba y le encendí un cigarrillo que aspiró sin cesar. Fue en ese momento cuando entramos en diálogo y me contó desesperado, que la novia estaba muy demorada y temía por el carruaje a cuatro caballos que la traería a la ceremonia.
Mientras los minutos pasaban y la ansiedad trastocaba la felicidad del evento, comencé a calmar sus nervios con una conversación casi paternalista, amable y cariñosa, que supo valorar con un fuerte abrazo al concluir la espera. Fue tal el agradecimiento del esposo asustado, que nos invitó a su fiesta y que por supuesto no aceptamos, aunque asistimos a la ceremonia, en unos asientos al frente de las naves, aunque disimulados entre tanta fastuosidad.
Al día siguiente, mientras desayunábamos en el mejor hotel de la ciudad, se acercó un señor mayor y tras presentarse, tuvo palabras de agradecimiento por lo que había hecho por el novio. Seguramente le habría contado sobre esos veinte minutos de zozobra.
Resulta altamente improbable que ese otrora muchacho asustado lea estas líneas, tal vez hoy sea un padre de familia numerosa o se haya divorciado…pero la vida sabrá lo que nos unió, esa mañana trascendental para su vida, exactamente el viernes 12 de julio de 1996, en la vetusta catedral de León, España.
LOS JOVENES AVENTUREROS
Muy cerca de Cahors, al sur de Francia, se encuentran las Cuevas de Pech-Merle, declaradas Patrimonio de la Humanidad, de unos 300.000 años y ocupadas por los hombres del Cromañon que dejaron unas extraordinarias pinturas rupestres. Fueron descubiertas por tres jóvenes, de los cuales, se recuerda popularmente el nombre de sólo dos… el tercero es nuestro aventurero.
Francia, a pesar de haber perdido la 1ra Guerra Mundial, celebra cada 28 de junio la finalización de la misma y con mucha pompa, homenajea y llora a sus hijos perdidos en las innumerables heroicas batallas. En los actos de inauguración del Monumento a los caídos, ubicado justo al frente de la Iglesia de San Bartolomé en Cahors, Ernest llora a su padre muerto en Verdún, pero más llora por su madre que, vuelta a casar con un panadero de Cabrerets, no la ve desde hace algunos prolongados meses.
Está terminando la carrera técnica en el Licee Clement Marat y mucho añora encontrarse con ella y su primo hermano que vive precisamente en el mismo pueblo, distante varios kilómetros de allí. Cada primavera, el panadero baja a la ciudad para su provista de harina, otros comestibles y herramientas y a Ernest le resultó una buena oportunidad para encontrarse y viajar con él.
La ruta se hizo más larga de lo habitual ya que el desborde del Lot, rompió dos puentes muy importantes, pero dominando su impaciencia, pudo por fin, encontrarse con los que amaba.
En las siestas calmas del sencillo pueblo, se reunían con su primo André David y un amigo Henri Dutertre, a cuidar ovejas y chivos en los montes vecinos y como eran de la misma edad y en plena adolescencia, los temas variaban entre juegos, mujeres y aventuras. Entre éstas, los lugareños referenciaban la existencia de unas cuevas ubicadas en la ladera oculta del monte y donde en una oportunidad, respondiendo a unas clases prácticas de biología, alpinismo y geología del abate Lemozi, algunos alumnos las divisaron desde afuera… pero ese día se animaron a avanzar un poco más.
Acordaron salir temprano, ni bien se despejara la niebla y con picos y palas, subieron hasta un relleno de la montaña. Entre juegos y risas, ampliaron un boquete natural que permanecía oculto por siglos. Al agrandarlo, pudieron avanzar en su interior algunos metros, pero la tremenda humedad y el extraño olor los detuvo molestos, por algunas horas.
Arrojaron varias piedras hacia la oscuridad para percibir el ruido del fondo, aunque caían hasta perderse sin chocar con ningún límite…a tientas, descendiendo lateralmente por una especie de rampa natural a cuarenta grados, alcanzaron a ver una gran bóveda de piedras multicolores y no avanzaron más.
Al regresar a casa, casi al anochecer, no pudieron ocultar lo ocurrido, ya que los tres presentaban magullones y raspaduras en sus rodillas… y la noticia corrió de casa en casa en menos de un día. Lo demás es historia oficial.
Enterado el padre Lemozi, efectuó un relevamiento topográfico del lugar en compañía de los señores Morel y David. Posteriormente con veinte obreros especializados, realizaron las tareas de excavar la explanada de ingreso, ampliando el acceso principal y asegurando los empinados caminos de llegada. Luego y al cabo de un año, quedó habilitada para los más curiosos.
Ernest no regresó ese año al Liceo y se quedó para observar desde afuera los trabajos que se realizaron. Los dos amigos continuaron con sus vidas pueblerinas, pero nunca olvidarán ese día soleado del 22 de abril de 1922 que permitieron el descubrimiento de una de las cuevas prehistóricas más importantes de Francia, denominada Gruta de Perch-Merle, de más de 300.000 años de antigüedad con extraordinarias pinturas rupestres y vestigios humanos que se remontan a 29.000 años
ENCONTRANDO EL REMEDIO ETERNO
En tierras mexicanas, más al sur de Paya del Carmen, posiblemente ocurrió esta aventura y poco antes de la conquista del Yucatán, cuando Hernán Cortés se prestaba a desembarcar con su gente para iniciar la zambullida a lo desconocido.
Desde la más remota antigüedad, muchas y variadas leyendas sobre la fuente o el río de la Eterna Juventud, calentaba la cabeza de los hombres que esperaban ansiosos encontrar en ella la panacea para lo que es irremediable. Tanto los griegos, romanos, arios y hasta entrada la edad media, el mismo Mandeville, célebre viajero y farsante escritor galo del siglo 14, perjuraba haberla encontrada…”junto a la selva y al pie de un monte, hay una gran fuente, noble y hermosa, con aguas de sabor dulce y olorosas, que cambia según las horas del día, de uno a otro gusto…y el que bebe en cantidades suficientes, ya no enferma y nunca muere”.
La Fons Juventus, tal como la pintó El Bosco en su “Tríptico de las Delicias”, seguía escondida, al parecer, en un exuberante paisaje tan solo pisado por Adán y Eva.
Los rudos navegante que llegaron después de Colón, mitad héroes, mitad aventureros, procedían de las áridas tierras de Castilla y Extremadura y al llegar al otro mundo, vieron deslumbrados la lujuriosa vegetación en interminables playas con árboles y frutos exóticos, con pájaros multicolores de extraños plumajes y ríos serpenteantes de caudalosas aguas color esmeralda.
Es fácil suponer que aquel marco bellísimo, encajaba certeramente con las ancestrales descripciones del Paraíso y por aquellos tiempos, un tal Pedro Mártir de Anglería, afirmaba que el gran navegante genovés había avistado ese lugar e incluido el Gran Arbol de la Sabiduría, floreciendo en medio de una gran fuente de aguas cristalinas.
Todos los datos concordaban.
Llegados a La Española, en 1519, Cortés envió dos partidas a las islas vecinas para estudiar el terreno. Una, al mando de Francisco Fernández de Córdoba y la otra, con menos éxito, a cargo de Juan de Grijalba. En sus apuntes de viaje, el conquistador escribió lo siguiente: “Y se fue dicho capitán por la costa abajo con los navíos y anduvo por ellas hasta cuarenta y cinco leguas sin saltar a tierra, sin ver cosa alguna, excepto aquello que desde el mar le parecía”…
Al cabo de algunas jornadas, un extraño fulgor que brotaba desde la selva los detuvo y anclaron esa noche frente al estuario de un río, lo suficientemente ancho y profundo para remontarlo al día siguiente, animados fervorosamente con la idea de encontrar el Santo Remedio. Al despuntar, dos naves de poco calado se internaron hasta donde las lianas entretejidas como mallas le impidieron seguir y bajando a tierra con sus arcabuces preparados, a machetazos limpios, dos grupos se dispersaron con rumbos opuestos, aunque igualmente alentados por encontrar más adelante, en el origen del río, el final de sus sueños tan alentados entre rezos olvidados.
Uno de ellos regresó con los hombres exhaustos después de perderse por varios días entre el follaje, maltrechos y sin éxito, mientras que el otro grupo, integrado por 12 hombres, no volvieron jamás y entraron en este cuento.
Del otro lado, caras cobrizas y pintadas, siguieron con sorpresa y a la distancia, la marcha de los soldados enfundados en corazas plateadas, con pelos rubios y piel clara sonrojadas por el calor y el sol. Escondidos y prudentes se comunicaban permanentemente con los caciques y sacerdotes, midiendo los avances de esos seres extrañamente distintos y que seguramente eran los dioses anunciados por sus antepasados, trayendo consigo lo prometido.
En un descuido de los blancos, los emplumados cayeron sobre los visitantes y maniatados, fueron conducidos a la tribu cercana, donde los sentaron frente a un monolito de piedra, adornado en parte con pieles y huesos de animales. Después de una larga ceremonia con fuegos, cánticos y brebajes, los hombres-dioses, moribundos de sed y aterrados, terminaron rematados de a uno, con golpes certeros de maza. Extraídas sus vísceras, fueron depositadas en un altar, en medio de cánticos y danzas rituales que duraron hasta la noche y sus restos, dispersos en un fangal.
Más tarde, extenuados por los gritos y saltos, se sentaron en el suelo formando una gran rueda e iniciaron un ritual solemne. Los corazones de las víctimas, cortados en bocados, fueron repartidos como una comunión sagrada, pues los dioses, entregados en sacrificio, donaron su corazón como remedio para la eterna juventud.
Coincidentes con los griego, romanos y europeos, ellos también la buscaban por años y años.
ALICIA EN EL PAIS DE LAS REALIDADES
Cuando uno viaja en avión y mira el paisaje terrestre, percibe lo insignificante que somos en esa escala…me imagino que Dios nos debe observar así, desde las alturas.
Los camiones, colectivos y autos ruedan por las carreteras como hormigas presurosas y los edificios y las casas parecen cajitas desparramadas en la geografía… muchísimos menos importantes aparecen los actores que viven en ellas…A pesar de nuestros conflictos, dramas, peleas y amoríos, me da la sensación que no somos nada; el cosmos es tan inmenso que unas lágrimas de alegría o amor no alcanzan siquiera a modificar un átomo de la totalidad.
Tampoco mutará el devenir de la historia nuestras historias, ni la singular vida de Alicia: su historia.
Hija única de una familia acomodada, desde muy pequeña logró todos sus deseos… juguetes por doquier, viajes, motos, autos y departamento de soltera. Comenzó a estudiar arquitectura con notas aventajadas y cierto día, visitando el MOAM de Nueva York decidió abandonar la carrera y ser escultora. Se perfeccionó con notables maestros y trabajó con metales, mármoles y piedras semipreciosas, su éxito corrió desmesuradamente al compás de su edad y no tuvo tropiezos ni adversidades en su profesión, ni en su vida…o por lo menos, nunca le dedicó atención a lo negativo…Vivió verdaderamente un mundo ideal, recreado por su tamaña inteligencia y amoldado sólo a sus gustos y preferencias. Una buena manera de ser feliz, negando la infelicidad.
Siendo ya famosa, se casó con un noble señor abogado, de familia aristocrática y escasos fondos. El apellido lo puso él y la plata, ella. No tuvieron hijos para no perder el tren de exposiciones, eventos y viajes, total sus aspiraciones maternas las cubrían una docena de sobrinos con linaje. Mezcla de estrella hollywoodense y matrona florentina, tremendamente ególatra, fue amada, mimada y adulada por una multitud zalamera. Nada ni nadie se le doblegaba, hasta que le llegó el verdadero amor cuando menos lo esperaba, casi al final de sus días.
Ricardo, su esposo, eligió la bebida y luego las drogas blandas y pesadas. Terminó en un asilo para adictos, visitado por Alicia cado dos o tres días, luego dos o tres meses, hasta que un llamado le informó que debía retirarlo hacia el servicio fúnebre… Fue un gran hombre, pero no pudo con esa mujer avasallante. Seguramente, ella no lo amó lo suficiente.
Un tiempo antes que enviudara, tomando el té en el lobby del Riú Palace, después de jugar nueve hoyos en el green de Playa del Carmen, llegó a su vida Mercedes. Bella abogada de treinta años, desprejuiciada, activa, vivaz y muy inteligente. La química se dio de inmediato y terminaron siendo amigas y compinches en ese país de visita, y socias y amantes, por el resto de sus vidas. Mercedes resultó ser la persona que reemplazó en todo a su esposo…tenía el empuje y la osadía de meterse con galeristas, negociantes, arribistas y aventureros.
Ella podía vender las obras a la nobleza europea, a jeques árabes o al mercado negro. Sus negocios le brindaron a las socias una vida holgada de placeres compartidos…Alicia solo producía sus obras, se deleitaba en su mundo, ahora concurrente y no pensaba en otra cosa que gastar a cuenta de esas abultadas ganancias. Viajes, comidas, salidas, ropas de marca y joyas, eran el fruto oneroso de una sociedad sincronizada, programada y ciertamente feliz. Tal vez, fueron los mejores doce años de su mundo de maravillas.
Pero el diablo o un ángel mayor se disfrazó de casualidad y todo cambió. Un día cualquiera, de un año cualquiera, Alicia salía de una tienda con varios bolsos y paquetes, y antes de tomar un taxi, el taco de sus Laboutin se atascó en una grieta de la vereda y no pudo continuar. En ese preciso instante, apresurado para llegar a su consultorio, pasó Francisco y siendo tan caballero como siempre, le ofreció ayuda. Bastaron cinco minutos para transformar una vida, o dos…o tres, porque en las comedias e historias inmortales, los actores desencadenantes son varios. Le alzó los paquetes y le ofreció pasar a la clínica para reponerse.
Alicia no ingresó, le agradeció sinceramente la atención recibida y miró descaradamente la dirección del consultorio de Ginecología, no sin antes relojear el porte y la presencia de ese hombre sin igual. Francisco es un médico renombrado al frente de un equipo de colegas dedicados a enfermedades de mujeres…y las conoce muy bien. Intuyó inmediatamente que no sería la última vez que se verían y no le sorprendió demasiado cuando recibió una exquisita escultura de ónix y opalina, junto a una tarjeta de agradecimiento, donde, con todas las intenciones, figuraba el celular para contactarse.
Francisco tiene un hijo de corta edad que es su centro, eje y destino de toda su vida y tiene una esposa, famosa otrora actriz de teatro que no se llevan para nada bien. El matrimonio está en crisis terminal y solo pende y se sostiene por el cuidado y la educación del pequeño….y por otro lado, Alicia está agotando con Mercedes una relación entrando en la monotonía. En ese cielo tumultuoso, los planetas irremediablemente se juntaron y estallaron en un idilio pasional.
Vivieron dos años y meses un amor intenso, exactamente 756 días hermosos…llenos de deseos y promesas que ambos sabían que no se cumplirían, pero los mantenía plenos, deseosos y maravillados uno del otro. El la cubría de regalos con una generosidad inigualable y ella le entregaba todo su ser, su historia, su arte y su vida.
Sin dudas alguna, el mejor estado civil de una persona es el estar enamorado, y en esos primeros tiempos, vivieron una primavera continua perfumada y sin tormentas. Se citaban a menudo para robarle a la jornada una hora de intimidad en los almuerzos ciudadanos y Alicia sentía el corazón trotar cuando lo veía llegar, a las zancadas, apresurando el paso…él le contaba sus problemas maritales y ella le besaba el anillo de sus dedos finos y alargados, tratando de aliviar el dolor que sentía por su hogar.
El le enseñó a tomar el té como lo hace la reina Isabel y ella a saborear helados de yogur… y reían de casi todo y gozaban del amor, puro y verdadero.
Pero en su país de maravillas, Alicia ocultó su intrínseca relación con Mercedes y su entrega nunca fue total, porque ese algo importante, muy importante, lo ocultó siempre y cuando se supo la verdad, el mundo entero estalló en mil pedazos.
Fue fortuito, accidental, pero catastrófico. Mercedes, que estaba viviendo circunstancialmente en otra ciudad, esa semana se instaló con Alicia para realizar varios trámites, y en un descuido, en un chat abierto, un “te quiero, mi amor” de una frase final, fue el detonante para que surgieran más y más mensajes de uno al otro. Con una furia incontenida, ambas mujeres se trenzaron en una batalla campal de gritos, insultos, maldiciones y reproches, contra llantos y disculpas desoídas.
Como la abogada es de armas llevar y con los celos estallados, indagó en las agendas y buscó hasta encontrarlo a Francisco, reclamándole una participación que él desconocía. Dialogaron mucho y llegaron a la conclusión que Alicia debía definirse…La reunión tripartita se dio en la más tensa calma. Acorralada y sentada en el banquillo de acusados, con toda la verdad al descubierto y la culpa corroyendo su alma, creyó que cielo de detenía en ese instante y solo pensó en huir o morir.
Francisco elegantemente se retiró dejando que las mujeres arreglaran sus cuitas. A su manera, sufriente y derrotado, volvió a su profesión y a su hogar tratando de recomponerlo. Cumplió con su corazón enviándole a Alicia mensajes de resignación y perdón, cada día más menguados. Como buen caballero, perdió la batalla y se insumió en el dolor y el olvido. La resignación a veces llega pronto.
Mercedes, por amor y conveniencia, perdonó y reanimó los vínculos. Cuando los sentimientos y los negocios se juntan, las intensiones se enturbian.
Alicia necesitó un tiempo para recomponerse y continuar su vida, destruida hasta los cimientos.
En su viaje de huida de apenas dos semanas para ordenarse, eligió Barcelona…y como la ciudad es bulliciosa y tiene infinidad de museos y galerías de arte, quiso alejarse de todo ese mundo tan habitual. Buscó en el mapa algún lugar escrito con letras menores y le sorprendió uno que le recordaba sus mejores exposiciones: Miami Playa, al sur de Tarragona, tan sólo a sesenta minutos en remisse.
Quiso rearmar su norte, proyectar nuevos trabajos y renovar sus técnicas, mas como la inspiración no llegaba, el desánimo la invadía y los mensajes de uno y otro atosigaban su aparente calma, sus jornadas fueron un infierno y se acortaron irremediablemente. Las vacaciones de quince días se terminaban pronto y debía regresar con una opción tomada.
Esa última tarde en España, a diferencia de todas las demás, permaneció nublada y fresca; no estaba para ir a la playa, pero debía tomar una decisión trascendental. Juntó sus cosas y con poco abrigo, bajó a la Cala California, la más rocosa y despoblada, y se sentó en la arena mirando el mar. Sus anteojos muy caros, igual se empaparon con la bruma y las lágrimas que brotaban como cascadas y por primera vez sintió espanto, miedo, pavor y no los supo dominar…
Había vivido demasiado tiempo en el mundo de Lewis Carroll y nunca estuvo preparada para el real….demasiado arisco y antipático. El tiempo se le terminaba en todo sentido y tenía que optar por un resultado dramático.
Quería seguir viviendo eternamente con su pelo rubio atado a una cinta, delantal de organza y vestido celeste, pero debía asumir sus cincuenta y nueve. Añoraba los flashes pero ahora le dolían las piedras de la arena. Exhibió miles de obras y hoy no podría terminar ni una, Se emborrachó de aplausos y terminó sedienta en el anonimato. Había amado a tres almas y tenía que optar por una…mientras tanto el sol se ponía inexorablemente.
Aeropuerto de Barcelona. El horario matutino marca la convocatoria al vuelo DR564 y una vez acomodados los pasajeros, el asiento E54 quedará vacío. Ya en vuelo, el avión remontó por sobre las playas doradas hacia el sur, surcando Sitges, Tarragona, Miami Playa y más allá.
Desde lo alto, cual mirada de Dios, absolutamente nadie verá un puntito oscuro sobre las costas claras del Mediterráneo…ahí quedaron amontonadas las toallas, el bolso y un cuaderno con despedidas que Alicia abandonó…mucho menos verán, su cuerpo inerte que flota en alta mar…
ADA, DE SAN LEO
San Leo es una pequeña localidad italiana muy cerca de San Marino, al pié de la colina donde se yergue el pequeño país, en el corazón de Italia.
Por allí pasó San Francisco y el Dante, además es famosa porque en su entorno aún está el castillo que sirvió de cárcel durante varios años a Giuseppe Balsamo, el conde de Cagliostro, sin duda un personaje singular en su época: alquimista, curandero, político, mujeriego y estafador, y el estupendo Maquiavelo que escribió en su actualísimo libro “El Príncipe”, las bondades de esta ciudad como modelo de fortaleza ideal.
Hace varios años, llegamos a San Leo una siesta calurosa, camino a Urbino, la patria de Rafael Sanzio y por supuesto, a esa hora, todo el mundo estaba descansando, aún con los negocios abiertos de par en par, sin un alma por la calle y sorteando la pasmosa tranquilidad de los perros echados, que no se inmutaron cuando caminamos por su ágora desierta.
UN DESOLADO PAISAJE
Tal fue el paisaje desolado, que tuvimos que descansar bajo unos árboles de la plaza hasta que el tañido de las campanas de la iglesia anunciaran las 15 horas y perezosamente comenzaran a atender los quioscos y tiendas. Casualmente nos dirigimos a un puesto de productos regionales y compramos una jabonera blanca pintada a mano y una jarra con el escudo de San Marino. Ambas cerámicas adornan un rincón de mi casa y puedo verlas a diario…pero lo que más me llamó la atención, fue la presencia de la noble anciana que nos atendió y su trato tan especial.
A pesar de no haber cruzado más de diez palabras en su idioma, un halo misterioso nos unió repentinamente. Jamás olvidaré ese apretón de manos al entregarme el paquete y una mirada penetrante y cariñosa. Por meses, cada noche, soñé con esa persona, con sus ojos oscuros y piel tersa, pensando que tal vez, por el tiempo transcurrido y su aparente edad, ya debería estar finada.
LA FIRMA DE ADA
Según nos contó, las piezas que vendía fueron confeccionadas por ella misma bajo la simple firma de Ada y aunque, por supuesto no conozco nada de su existencia, ésta podría ser su historia….aunque, una duda me persigue desde entonces, ya que existen demasiadas coincidencias con la vida de mi abuelo paterno…
Ada nació en Torriana, antes llamado Scorticata, un pueblo pequeño de la Emilia Romaña, a principios del siglo pasado y era la tercera de cuatro hijos, luego que sus padres se casaran, junto al bautismo del primogénito. El caserío apenas tenía una calle principal, llamada Grotta (hoy Roma) y su familia, dedicada al campo, alquilaban en el número nueve. Como toda mujercita, a la edad de merecer se comprometió con un con un joven de profesión alfarero, vecino de San Leo, a escasos 18 km de allí.
Buscando un mejor porvenir, los esposos después de un tiempo en el pueblo, marcharon a Rímini y sobre la avenida Américo Vespucio, casi en la esquina de Viale Trento y a dos cuadras de la playa, compraron un salón que muy pronto acondicionaron para que funcione un cine, el tercero de la ciudad. Con muchos sacrificios, multiplicaron su patrimonio y llegaron a ser los más pudientes de las dos familias.
EL CINEMATOGRAFO IMPERIALE
Pero pronto su suerte cambió ya que una fría mañana, a principios de 1923, irrumpieron en el cinematógrafo llamado «Imperiale» un grupo de treinta hombres vestidos de negro, con todo tipo de armas, cumpliendo estrictas órdenes marciales y sin miramientos ni compensación alguna, quitaron gran parte del mobiliario y la transformaron en un comité partidista. Estos infames intemperantes, constituían la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, un cuerpo de la Italia fascista que después consiguió ser una organización militar y fueron conocidos popularmente como Camisas Negras, por el color de sus prendas, organizados por Benito Mussolini como el instrumento de acción violenta por parte de su movimiento. Eran pseudointelectuales nacionalistas, oficiales en retiro del ejército y jóvenes terratenientes que se oponían a los sindicatos de obreros y campesinos del entorno rural, usaban métodos que los hacían cada vez más irascibles a medida que crecía el poder de Mussolini y sumaron a su acostumbrada violencia, la intimidación y el asesinato, contra sus oponentes políticos y sociales.
Fue en vano todo tipo de quejas y reclamos. Esperando algún tipo de indemnización, que nunca llegó, permanecieron unos angustiosos días en la ciudad y como la desgracia no viene sola tuvieron que viajar de urgencia a Torriana, para asistir al entierro de mamma Enrichetta y consolar a su padre, Francisco, que quedó desarmado junto a sus tres hijos varones.
UN PODER QUE SE ACRECIENTA
Desde entonces, la vida no les volvió a sonreír…La Milicia de las Camisas Negras, acrecentaron su poder y recibieron por parte del gobierno el espaldarazo legal que la constituyó en Guardia Armata della Rivoluzione (Guardia Armada de la Revolución) «al servicio de Dios y de la Patria», realizando a continuación un proyecto para la formación y organización de un cuerpo de voluntarios encuadrados en el ejército nacional, mediante la inclusión regular o compulsiva, de todos aquellos hombres aptos, en un tramo de edad comprendido entre los 17 y los 50 años.
Los hermanos, viendo que se avecinaban los reclutadores, armaron sus valijas como pudieron, juntaron unos pocos ahorros y sin tiempo a despedidas, viajaron a Génova, a lo de un pariente cercano. Es allí cuando, impulsados por la aventura y la inconsciencia juvenil, se anotaron en Migraciones para abordar un crucero que los llevaría a Sud América y sin mucho lugar a las dudas se encontraron en altamar, entre cientos de parroquianos italianos, franceses y suizos.
Fueron treinta y ocho días de navegación que entre parrandas, fiebres, vómitos y sueños, llegaron a Brasil, donde el hermano del medio bajó con otros amigos, decididos a vivir un tiempo cerca de la capital carioca y probar suerte, mientras que Tomás y su hermano de trece años, prosiguieron hasta Buenos Aires y desde allí a una ciudad del interior.
Un tiempito después, Ada, pobre y sin hijos, vio morir a su padre y despedir a su esposo quien marchó a la guerra y nunca más regresó, al igual que sus tres hermanos. Sola y abandonada, sin poder pagar la renta de la casa, marchó a San Leo, para compartir con su familia política un miserable cuarto… y el taller de alfarería.
COLETTE, PERO NO LA DE “LOS MISERABLES”
París puede tener una historia más…ésta es la de Colette, que a diferencia de la de “Los Miserables” tuvo una niñez hermosa y un final para nada feliz. Antony de A’twill es un prominente hombre de negocios casado con una aristócrata de Marsella. Oriundo del Langedot, tienen un hermoso castillo a orillas del Lot, donde van a vacacionar dos veces al año.
Tuvieron seis hijos de los cuales murieron dos y su última niña es todo un primor. La nombraron Colette, para homenajear a su gran amigo, Victor Hugo, quién meses antes, en 1872, publicó el famoso libro “Los Miserables” y donde su atribulada heroína llevaba el mismo nombre. Al cumplir sus quince años, Colette fue presentada oficialmente en sociedad, junto con un puñado de amigas conocidas, en el gran Salón de la Opera, transformada en pista de baile, a la manera de gran teatro de Viena.
Al sábado siguiente, su padrino el flamante senador Victor Hugo, le obsequió una esplendorosa recepción en el palacio de Luxemburgo, todo arreglado para que conociera a su futuro esposo, el barón de Rosschill. Colette llegó ataviada con un impecable traje de encajes de Nantes y plumetí plisado. Su pelo oscuro estaba engarzado con hebillas de brillantes y flores naturales, al mejor estilo de la ya difunta reina Eugenia de Montijo y sus ojos abiertos de sorpresa en sorpresa, no atinaron a asombrarse cuando le presentaron a su prometido, un acaudalado cincuentón, dueño de vastísimas plantaciones de cacao en tierras de Venezuela y Panamá.
Parecía que absolutamente todos, padres, hermanos y amigos, festejaban de antemano una boda donde la última en enterarse y dejar su aprobación fuera ella. No le dieron tiempo para vivir su juventud, ni para tomar su decisión. A los dos años, el casamiento se realizó en el mismo palacio y su noche de bodas en la mansión recién estrenada, a pocos metros de su casa natal, en la esquina de la Avenue Foch y Paul Valery, donde hoy funciona la Fundación Dapper, aunque el matrimonio recién se consumó a la semana, de viaje por el Mediterráneo, en el barco de su propiedad.
Sus jornadas almidonadas se agotaban en ordenar las tareas del hogar, tomar el té con las iguales de su condición, jugar en el Club Real al bridge o al backgammon, un nuevo entretenimiento de moda, asistir rigurosamente a las funciones de la Opera, paseos por las Tullierias, visitas al Louvre y misas dominicales en la Saint Capelle, además de acompañar a su esposo a las jornadas de Jockey y mudarse una vez al año al Lot o a la Costa Azul.
Precisamente en esas olvidables tardes del club, una y otra vez observaba a un apuesto caballero, elegantemente vestido que acompañaba siempre al conde Dutruel; Llegaban y se retiraban siempre juntos, y a la noche, atrapada entre las grasas abdominales de su marido, ignominiosamente pensaba en el porte de ese enigmático joven…hasta que un día se atrevió a conocerlo.
Fue en el mismo salón de fiestas, una noche de carnaval, iluminado especialmente con nuevas luces eléctricas, donde Colette se quitó el antifaz bordeado de armiño y al son de una polka se presentaron. Desde entonces, sus miradas se multiplicaron y él se mostró como un gran señor de ricas propiedades y fortunas bancarias que a ella no le importaban.
Y se enamoraron perdidamente, a escondidas, entre retazos de tiempo que ambos robaban a sus dueños. Las tardes aburridas cambiaron de color y sólo esperaba el momento de verse entre los mohines del club. Besos y caricias fueron creciendo a la par de promesas y sueños. Así vivieron y consumieron durante tres años, un amor irracional, errático, prohibido y sublime a la vez. Colette, por primera vez conoció el amor y lo vivió inmensamente, sin medir las consecuencias.
Su felicidad crecía y se manifestaba entre engaños, mentiras y escapadas, pero su caída fue estrepitosa. Un domingo soleado se vieron a solas en la Fuente de la Virgen, en una placita ubicada atrás de Notre Dame y sus manos entrelazadas no dejaron dudas en la percepción de una de las sirvientas de la casa que pasaba por ahí, rumbo a misa. Esa misma mucama que le daba tanto trabajo y estaba a punto de ser despedida.
A los pocos días, cuando recibió la nota de cesación de actividades, escribió dos cartas de despecho, dirigidas a ambos esposos. Colette leyó la suya y todo el mundo se le cayó en un segundo; le corrió frío por sus espaldas y creyó morirse en ese instante. Le contaba, con detalles muy certeros, que su gran amor para nada era lo que aparentaba. Julián, lejos de ser un adinerado terrateniente, sólo era chofer y algo más del conde Drutuel, por eso vestía muy bien y era el hombre de compañía, vivían como vecinos en una pobre casa comunitaria a las afueras de la ciudad, en el actual Distrito XIII y tenía una ruidosa familia, con dos pequeños hijos y una esposa gitana.
Desgarrada hasta las entrañas, cobró fuerzas y esa misma tarde marchó al barrio camino a Gentilly. Oculta entre unos matorrales y montañas de basura, vio a su amante, tan solo con un pantalón de entrecasa, camiseta y tiradores, jugar con dos pequeños niños de seis y cuatro años. Cerró los ojos y descompuesta hasta el alma, lloró su agonía de amor.
Ya entrada la noche, a duras penas llegó a su casa y encontró a su esposo sentado en una amplia poltrona, fumando un habano y con la carta plegada en su falda. No se hablaron y tampoco lo hicieron por el resto de sus días, ni siquiera en las fiestas de la inmediata Navidad. Desde ese día durmieron y habitaron en cuartos separados y cada uno se sentó a la mesa en comedores distintos.
Las puertas de la mansión se cerraron para toda visita y la más negra oscuridad habitó en sus corazones. Como corresponde a un esposo despechado, el barón de Rosschill retó a duelo a su contrincante y concluidas las tramitaciones de padrinazgos, se dieron cita para mediados de enero.
Una fría mañana muy temprano, apenas disipada la niebla, los dos contingentes atravesaron la Porte d’Auteuil y el duelo se produjo en unos terrenos con tapiales ziczajeantes, donde otrora las tropas de Murat realizaban sus prácticas de tiro y paradójicamente hoy funcionan las canchas del Roland Garros Stade. Tras los disparos, el corazón inexperto de Julián quedó partido en dos y su sangre no alcanzó a mitigar la vergüenza, aunque si, el deshonor.
Los lunes son días de desdichas. Colette salió presurosa de su mansión sin que los sirvientes la saludaran. Eligió un vestido negro y un sombrero con muselina que le ocultaba el rostro, debajo de las enaguas llevaba el pañuelo bordado con las iniciales de su amor eterno.
Desde su casa hasta la flamante Torre de hierro, caminó apenas unos diez minutos y al llegar, eludió unos operarios que estaban acomodando plantas y estatuas en uno de los cabezales, para los festejos de los primeros cinco años de la obra del ingeniero Eiffel. Con breves descansos, subió los 65 primeros escalones hasta el primer rellano y consideró que para sus fines, la altura alcanzada era suficiente.
Miró por última vez su barrio, cerca del Arco del Triunfo tratando de divisar su hogar, luego hacia el otro extremo sin ver la casa de Julián, extrajo el pañuelo y lo apretó fuertemente entre sus manos, que de un brusco sacudón soltaron las barandas de protección y no sintió nada más que su propio grito ahogado por el viento. No fue el primer suicidio desde lo alto de la Torre Eiffel, ya lo habían hecho dos o tres desvalidos, pero éste fue el primero de una mujer…Colette, de París, con tan solo veintidós años y un amor contrariado.
EL GRAN AMIGO
Bad Ischl, sobre el río Traun es una de las ciudades más bellas de Austria. Recorrer sus calles, desde la Kaiservilla a la Oficina de Correos, es como remontarse a dos siglos atrás, ya que ha sido conservada, ex profeso, como la vieron los viajeros de la alta sociedad europea, deseosos de visitar el famoso Casino, sus baños terapéuticos y la estación hidrotermal, ricas en sales sulfurosas. Emperadores, reyes, condes y grandes negociantes de toda Europa llegaban puntualmente en el verano, trayendo consigo abultados contingentes de quince a treinta personas como valet.
Acompañando a una gran dama, o a una acaudalada familia, la ciudad de tres o cuatro mil almas se hinchaba hasta cobijar el triple o más, transformándose en una explosión bulliciosa de carros, vendedores, artistas y rostros, que se movían al compás de las demandas, las fiestas y los desfiles sociales por la Gran Vía, de apenas ocho cuadras…
Federico Hoffman, era un niño más de esa ciudad y con apenas ocho años, recién en esa temporada se percató de la calidad de los visitantes, ya que para él eran todos iguales los que asiduamente se alojaban en el hotel de su padre, uno de los más importantes.
Al igual que todos, tenía sus horarios para estudiar, comer, jugar y dormir y sólo vedado el ingreso al hall principal, comedor y aposentos de huéspedes. Pero recuerda muy bien esa mañana de agosto de 1866, cuando estaba jugando en el jardín, muy cerca de la vereda, con una especie de trampa para cazar pájaros que consistía en una pirámide de baja altura construida con tejido de alambre fino, que accionada desde lejos, por medio de una cuerda, caía sobre los pájaros que picoteaban un puñado de semillas. No era muy efectivo, pero podía pasar horas enteras en ese juego infantil.
Totalmente abstraído, no se percató de una comitiva que se acercaba por la acera, a la par que todos le reverenciaban con un saludo muy ampuloso. Al verlos pasar de improviso, se asustó de tal manera que dando unos pasos hacia atrás, chocó con su espalda el tronco de un manzano de poco porte y cayeron alrededor unas cuantas frutas maduras, haciendo un ostentoso ruido sobre el empedrado. La situación provocó tal hilaridad que todos comenzaron a reír nerviosamente, especialmente un niño rubio de su misma edad y su madre, una preciosísima dama de tez muy clara y pelo larguísimo recogido con trenzas, que inmediatamente llevó sus manos enguantadas hacia la boca para ocultar la sonrisa.
Más atrás, una media docena de damas de gran porte y agentes de seguridad, festejaban a carcajadas la divertida situación. Al llegar a su casa, por la puerta de servicio, todos acompañaron su ingreso con risas y aplausos. Federico había conocido a la emperatriz de Austria, Isabel de Baviera, la muy querida y admirada Sissi, de una manera casi impertinente y a su hijo Rodolfo Francisco Carlos José, tan solo el archiduque de Habsburgo-Lorena, príncipe heredero de Austria, Hungría y Bohemia quien sería, con los años, su gran amigo.
Al año siguiente y a los siguientes, tan solo por dos semanas de verano y muy controlados, ambos niños se conocieron más. Tímidamente al principio y acrecentada la confianza, frecuentaron sus paseos, algunos juegos, charlas de estudio y cacerías…y durante el año, una acaudalada correspondencia los unía entrañablemente.
El príncipe le contaba del encierro en Schonbrunn y las quince materias de estudio por semana, las cincuenta anuales, decenas de preceptores, ayudantes y consejeros, las múltiples exigencias del palacio, las interminables audiencias y rudas prácticas militares, la rectitud de su padre y la ensoñación de su madre…y por sobre todo, las añoranzas estivales, donde podían correr libremente, escalar montañas, contar chistes, reírse de todo y cazar pajaritos.
Federico, de sus estudios politécnicos, la nieve en invierno y la soledad de las calles fuera de temporada. Más adelante, ya púberes, Rodolfo mujeriego empedernido, le contó de sus aventuras con actrices, damas condescendientes y su primera vez, mientras que Federico, de su virginidad, tímidas salidas estudiantiles y bellas niñas provincianas.
Fue tan profunda esta amistad, fuera de todo prejuicio y protocolo, que Rodolfo lo invitó a su boda con la princesa Estefanía de Lieja, hija de Leopoldo II de Bélgica, en una magistral ceremonia que fue recordada por años, aunque días antes le confesara que no era más que conveniencia de estado y que para nada, existía amor entre ellos.
Federico asistió a los actos populares, pero no a los banquetes sociales; le bastó tomar un par de cervezas, ocultos entre parroquianos en la plaza de Bruselas, horas antes de la parodia y un gran abrazo de despedida. El resto, lo miró desde lejos, conociendo la verdad.
El 2 de septiembre de 1883, nace en Laxenburg, Isabel María de Austria, única hija del príncipe heredero y coincidentemente, en ese mismo mes, Federico se casa con una bella amiga del colegio, también de Bad. Mientras tanto Rodolfo no renunció nunca a sus aventuras amorosas, especialmente desde que, en el otoño de 1888, conoce a María Vetsera, una bella aristócrata de origen húngaro y que será su amante para siempre.
A lo largo de los años, muchas veces coincidieron en varias cacerías. Esta última tenía una impronta especial. Hacia el 20 de enero de 1889, el príncipe Rodolfo había invitado a varios amigos, entre ellos al conde Hoyos y su concuñado Felipe de Sajonia-Coburgo a una partida de caza en Mayerling, para los días 29 y 30. Federico llegó puntualmente un día antes y se alojó en el pabellón de visitantes. Desde su ingreso, notó un nerviosismo extraño, muchos soldados de custodia y vigilancia apostada de manera no convencional.
A las 15,30 del día 28, llegó el príncipe acompañado de su amante y transcurrió esa jornada sin sobresaltos, aunque sin verse. Al día siguiente, varios grupos de personas entraban y salían del edificio principal sin que Rodolfo apareciera y a media mañana ordenó cerrar todas las ventanas para simularan que no estaban ocupadas las habitaciones reales. Luego del almuerzo oficial, por fin se encontraron los dos amigos a solas en la caballeriza. Tras los saludos de bienvenida y preguntas convencionales, muy contrariado, con los bigotes despeinados y la cara sonrojada, Rodolfo le rogó que se retirara y regresara prontamente a su casa.
Días antes, había discutido severamente con su padre, acerca del pedido de nulidad de su matrimonio, carta que fue rechazada por el Papa, mantuvo reuniones secretas con grupos separatistas y su querida María con dolores de vientre, semejantes a un posible embarazo…no estaba para cacerías y además tenía otras razones muy serias que juró contárselas en el próximo verano, en los jardines de Bad Ischl. Se abrazaron interminablemente, enjugando ambos lágrimas de fraternidad y se despidieron.
Comenzaba a nevar y la noche caería pronto… Federico llegó a su ciudad y a los dos días, las noticias del magnicidio estallaron en todos los rincones del mundo. Volvió a su hotel y sus hijos y sus nietos continuaron la faena, año a año observando pasar los mismos contingentes de visitantes ilustres. También el emperador, su esposa, sus hijas y sus familias, envejeciendo todos…y sentado en el jardín, bajo una glorieta varias veces repintada, mira de reojo el frutal ya crecido, donde esa mañana soleada, cayeron como bendición celestial, las manzanas de Dafne, cargadas de risotadas.
Ya en este siglo, el viejo hotel ochocentista fue ampliamente renovado y al demoler un oscuro depósito de equipajes, encontraron una caja de madera azabache con recortes de diarios y casi medio centenar de correspondencia entre dos amigos entrañables, provenientes de mundos dispares y absolutamente francos. El atado fue llevado al museo local y hoy lucen en sus vitrinas, como signo indeleble de un gran amor filial, abrazados y entrelazados para la eternidad, el logotipo del vetusto hotel “Impala” y el escudo del emperador que no fue.
En 1889, el emperador Francisco José recibió el más duro de los golpes de su vida: la muerte de su único hijo varón, Rodolfo, el heredero, a los 31 años. El “kronprinz” era un joven apuesto, brillante, inteligente, que cautivaba al público con su elegancia y soltura. Pero también era depresivo, explosivo, inestable, dramático. No era rígido como su padre, ni tímido como su madre, pero llegó a sentirse tan desdichado como sus progenitores. Al llegar a la adultez, asombraba por su amplia cultura y por sus conocimientos de política europea, y aunque la relación entre padre e hijo nunca fue del todo buena, a veces Francisco José se mostraba satisfecho del valor intelectual de su heredero. La policía secreta imperial seguía los pasos del joven y le informaba de todo al emperador: desde sus aventuras nocturnas en los cabarets o prostíbulos de Viena, hasta los contactos con liberales, masones, republicanos y todo personaje con ideas contrarias a la política imperial.
LOS JUGLARES DE CARMINA
Mucho antes de Guido D’Arezzo quien llevara a cabo las mejoras fundamentales para la escritura musical, quien de las primeras sílabas del Himno a San Juan creara el do, re, mi, fa, sol e inventara la pauta de cuatro líneas, llamada tetragrama para representar con más precisión la altura de las notas musicales, su duración y el compás , mucho antes de la tretas de los coristas que levantaban pantallas con cinco colores o sus yemas de los dedos, pintados de esos mismos tonos para indicar una altura determinada de la música, mucho antes de la pauta de cinco líneas o pentagrama creada en Italia por Ugolino de Forlí…. mucho antes de esas soluciones ideadas para recordar o escribir las partituras, existían los juglares.
CANTORES Y POETAS
Estos cantores, poetas, improvisadores, narradores, artistas, comediantes y embaucadores, conocidos como payadores en nuestras tierras o habladores, paseaban sus cánticos y muletillas, de pueblo en pueblo, de región a región y de castillos a posadas. A veces solitarios o acompañados de asistentes, seguidores, aventureros o truhanes, convivieron siglos enteros en la Europa de los años medievales y que en gran medida, fueron los transmisores de la cultura popular y fuentes historiográficas de pequeñas anécdotas pueblerinas que sumaron datos a los infinitos anales de la universalidad.
A principios del 1200, en un arrinconado castillo de Bura, en la hoy llamada Alpenstrasse alemana, muy cerca del pueblo de Inzel, reinaba un vetusto monarca que logró su fortuna luchando contra la familia de los Witteelsbach. Casado en segunda o tercera nupcias con una joven dama de la corte vecina, llamada Gertrudis, esperaban por fin el tan anhelado hijo, que le sucedería en el trono y aseguraba la herencia y permanencia de su estirpe.
Como el gozo del inminente nacimiento era tan grande, el soberano convocó a sus ministros para que juntaran a cuantos juglares, malabaristas y artistas, pudieran sumarse para realizar un agasajo popular y festejar el bautismo del primogénito.
DE BOCA EN BOCA
De boca en boca se fueron llamando y ahorrando rivalidades, desencuentros idiomáticos y variación de instrumentos, se sumaron a la convocatoria, recibiendo desde la llegada, un buen pago por sus cantos, junto con alojamiento y comida. Cada uno recreaba sus canciones, con voces y melodías distintas entre sí y le sumaban versos, inconexos y graciosos, dictados muchas veces por los bufones y hazmerreir de otras cortes. Se le agregaron a ellos, un grupo importante de monjes coreutas, que más de una vez se sonrojaban de las picardías y banalidades de las prosas.
Paralelamente, los carpinteros de la vecindad levantaron un escenario y gradas en la plazoleta del castillo, los herreros arcadas y glorietas para colgar guirnaldas de paja y flores y las mujeres, amasaban vertiginosamente las tortillas de cebada y miel para repartir en la fiesta mayor. Cuando sonaron las campanas de la capilla, todos se persignaron agradecidos por el nacimiento y de esta manera aseguraron la fecha: siete días para esperar y aprontarse.
Pero el niño se enfermó feo, la fiesta se demoró, la plata faltó y la tristeza ensombreció el reino, cuando el bebé al cabo, murió y todo se derrumbó. El anciano soberano también partió a los pocos meses y la viuda se volvió a casar con su cuñado, llamado Claudio, produciendo una serie de atentados y locuras entre los parientes cercanos, también aspirantes al trono. Tal vez esta historia, sus personajes y nombres, inspiró a Shakespeare a escribir su famosa obra “Hamlet”, en algún momento del 1599.
Los juglares debieron separarse y cada uno seguir su rumbo con la promesa de reencontrarse en algún momento. Pero como sus versos y melodías quedaban sin registros, decidieron, junto con algunos sacerdotes, notables, pintores y escribientes del poblado, transcribirlos e iluminarlos amorosamente en unos 112 folios de pergaminos que el notario guardó en un armario bajo siete llaves.
Los vientos del tiempo, desparramaron a los autores, las melodías quedaron en el olvido y se fueron apagando los recuerdos de esa juntada inmemorial. También el escribano, o algo parecido a ese oficio posterior, desapareció y sus descendientes reenviaron el atado a la cercana abadía de Benediktbeuern en el distrito de Bad Tölz-Wolfratshausen. La historia fagocitó sin piedad estos acontecimientos y por siglos, quedaron perdidos en la Baviera alemana.
Mucho tiempo después, en 1803, un abogado, historiador y bibliotecario llamado Johann Christoph von Aretin, en la abadía de Bura Sancti Benedicti , encontró este manojo de papeles que posteriormente llegaron a la Biblioteca Estatal de Baviera en Múnich y fueron analizados, catalogados y valorados como un códice extraordinario. Definitivamente, en 1847 Johann Andreas Schmeller, lingüista y germanista, fue quien dio el título Carmina Burana al conjunto de manuscritos.
Años después, Carl Orff, un distinguido compositor alemán, cuyo trabajo puede ser enmarcado dentro de la corriente del neoclasicismo musical, eligió unas veinticuatro canciones del repertorio, adquiriendo esta cantata relevancia mundial a partir de 1937.
Carmina Burana significa, en latín, Canciones de Beuern o Burana , que es el gentilicio de los habitantes de Bura y en estos poemas se hace gala del gozo por vivir y del interés por la naturaleza, los placeres terrenales, el amor carnal y la crítica satírica a los estamentos sociales y eclesiásticos. Asimismo, se concentra constantemente en exaltar el destino y la suerte, junto con elementos naturales y cotidianos.
En todas las temporadas de la lírica mundial, se estrena y reestrenan esta obra musical inmortal, sin perder vigencia actualidad, entusiasmo y belleza. Es grabada por las mejores orquestas y coros polifónicos de todos los países y aparecen fragmentos en incontables festivales, obras de teatro, series y películas, subrayando entre otras, la banda de sonido de film “Excalibur” de John Boorman, con la música compuesta por Trevor Jones, quien recreó los compases originales.
Oh Fortuna, como la Luna
variable de estado, siempre creces
o decreces;
Vida detestable, ahora oprime
después alivia como un juego,
a la pobreza y al poder
derrites como al hielo.
Suerte monstruosa y vacía, tu rueda gira,
perversa.
La salud es vana
siempre se difumina, sombrío y velado
también a mí me mortificas;
ahora en el juego
llevo mi espalda desnuda por tu villanía.
La Suerte en la salud y en la virtud
está contra mí, me empuja y me lastra.
siempre esclavizado.
En esta hora, sin tardanza,
toca las cuerdas vibrantes,
porque la Suerte derriba al fuerte,
llorad todos conmigo.
A MIL KILOMETROS DE JERUSALEN
El archipiélago de las Cícladas está conformado por un total de 2.200 islas, de las cuales sólo 33 están habitadas y pasaron decenas de civilizaciones dejando su impronta.
Desde la cultura Neolítica, Cicládica, Minoica, Cretense, Griega, Persa, Romana, Bizantina, Veneciana, Turca y Moderna, hasta nuestros días, periódicamente se descubren restos de edificios, estatuas y alfarería, que salen a la luz para mostrarse luego en numerosos museos del mundo.
Amanecimos en Turín. Desayuno opíparo, incluido una copa de Asti, dejamos el hotel y tomamos la ruta E70 hacia los Alpes, camino a Annecy y luego Paris.
Mañana de domingo, pleno sol en un verano culminante y la despreocupación de un viaje soñado.
Al promediar la ruta del valle de Susa, mucho antes de llegar al interminable Túnel de Frejus, una serie de carteles señalaban la próxima Sacra de San Michele y cuando nos aproximamos al kilómetro 42, la silueta de la abadía se recortaba imponente, invitándonos a visitarla. Bastó tan solo una mirada, aprobación inmediata y poner el guiñe del auto alquilado para girar, en la rotonda, rumbo al promontorio.
Sabíamos que esta añosa construcción había inspirado a Umberto Eco para su famosa novela y posterior película «El nombre de la Rosa», pero la sorpresa fue mayor cuando vivimos el ambiente y espíritu de una construcción sagrada. La Sacra de San Michele es un complejo histórico erigido en la cima del monte Pirchiriano y es el monumento símbolo de la región del Piamonte.
En la zona se inicia el llamado “sendero de los francos”, un recorrido de fama histórica que la une con la parte alta del valle y que supuestamente habría recorrido Carlomagno. Su arquitectura es imponente y sumamente bella.
Al finalizar el viaje y de regreso a casa, uno recorre los lugares con la mente y concluye leyendo todo aquello que posibilita ampliar detalles y conocimientos de los vastos lugares visitados, especialmente los que más llamaron la atención. Ahí me entero que por la Sacra de San Michel, en el valle de Susa, pasaba una importante ruta de peregrinación, la Vía Francígena y que está íntimamente relacionado con otra abadía italiana, el santuario de San Miguel Arcángel, a veces llamado simplemente santuario Monte Gargano, que es una pequeña iglesia católica de origen altomedieval erigido en el Gargano, un agudo promontorio sobre el mar Adriático que forma la «espuela» de la «bota» de la península itálica.
Es el edificio dedicado al arcángel Miguel más antiguo de Europa occidental y ha sido lugar de peregrinaje importante desde principios de la Edad Media. El sitio histórico y sus alrededores están protegidos por un Parco Nazionale y forma parte del grupo de siete bienes inscritos como Centros de Poder de los longobardos.
Sorprendentemente está alineado con otros conocidos lugares de culto micaélicos, cinco lugares sagrados que se encuentran distanciados entre sí unos mil kilómetros, en una línea recta que prolongada, a vuelo de pájaro, llega a la mismísima Jerusalén. Empezando desde el noroeste, se yerguen el Skellig Michael, en Irlanda; St Michael’s Mount, en Cornualles; Mont-Saint-Michel, en Normandía; la Sacra di San Michele, en el Piamonte y este santuario en el Gargano….pero desde allí a la ciudad Santa, extrañamente, la medida se duplica hasta los dos mil kilómetros.
Sumamente intrigado por este guiño histórico, recurro al globo terráqueo, regalo de mi hija, y compruebo primeramente la exactitud de la recta, luego a los planos de Europa donde trazo la línea y milimétricamente percibo las equidistancias, deduciendo con sorpresa, que entre Gargano e Israel, justo a mitad de camino, se sitúa en la misma dirección la isla de Naxos, perteneciente a las Cícladas y en el centro del Mar Egeo. Naxos, Naxos, un bello lugar que hace algunos años también visitamos, sin otro parecer ni sorpresas…sin embargo…
Mary y Analía son dos entrañables amigas que viven en Roma. Se conocieron cuando ambas estudiaban arquitectura y con el tiempo, su amistad se acrecentó año a año, más aún después de la viudez de la primera. En tierras pródigas de vestigios, maduraron su hobby en la arqueología e incursionaron varias veces en enterramientos etruscos de Agrigento y Tarquinia.
Ese año decidieron volar a Grecia, fascinadas con la idea de hacer naturismo en algunas de la Cícladas. Aeropuerto Leonardo da Vinci, Atenas, El Pireo, ferry y el turquesa del Egeo. Desembarcaron en el puerto de Katapola, en la hermosa isla de Amorgos y dejando todo, rápidamente se zambulleron en las preciosas playas blancas de Agia Ana en la bahía de Egiali.
Al tercer día, contrataron a un rudo marinero para conducirlas a la isla vecina de Donoussa donde se practica el nudismo, una asignatura que aún no habían rendido y con muy escasos pertrechos, remontaron hacia el oeste el más límpido mar, hasta que una imprevista tormenta los sacudió, obligándolos a guarecerse en el acantilado más cercano, sin llegar a destino.
Donoussa es un islote agreste de tan solo 130 habitantes, desparramados en el minúsculo puerto de Stavros, los peñascos caen precipitadamente sobre el agua y es famosa por contener innumerables cuevas naturales, muy poca vegetación y una hermosa playa llamada Kedros, que no conocieron.
Mientras aseguraron el barco entre las rocas y el viento los azotaba con fuerza, los tres navegantes se guarecieron bajo un saliente musgoso que sellaban una gran gruta, aparentemente intacta desde la antigüedad y como pudieron, se acomodaron para pasar un buen rato. De pronto, entre las paredes de piedra, comenzaron a caer cascadas de fangosas aguas que bajaban desde las barrancas y a manera de arroyos, se deslizaban hacia las olas.
Ciertamente algo nerviosas, descubriendo que entre el barro, emergían piedras talladas, perfectamente acomodadas en hiladas horizontales, mostrando unos ajados muros que por sus relieves, molduras y cantos, serían de una construcción de la época de las cruzadas. Totalmente bañadas por el oleaje y la lluvia, sorprendidas y temerosas, limpiaban con sus palmas la arenisca adherida a la mampostería y poco a poco, entre gritos de euforia, su espíritu arqueológico se vio compensado con la visión de una mediana construcción.
Al día siguiente se presentaron ante las autoridades locales y frente a traductores, policías y curiosos, contaron su experiencia. El marinero muy pronto desapareció, Analía regresó a Roma, porque debía integrarse al estudio de diseño y Mary, en cambio, siguió de cerca los acontecimientos inmediatos. La llegada de varios miembros del departamento de Arqueología de Grecia, las interminables charlas de su descubrimiento ante organismos estatales, canales de televisión de todo el mundo y una tediosa procesión de firmas y documentos. Por fin, al cabo de veinte días, logró el tan ansiado descanso en el mar, sin tratar de escarbar nada.
Según los entendidos, el edificio en ruinas y semidestruído, fue realizado a principios del año 1100 por los caballeros teutónicos y aunque quedaron enterrados más de la mitad de sus paredes y columnas sin techo, se aprecia un notable trabajo decorativo, perteneciente al culto católico y erigido en honor a San Miguel, en la isla de Donoussa, casi pegada a Naxos y tan sólo a mil kilómetros de Jerusalén…
“LA PIEDAD” DE BELINDA
La Piedad del pintor francés William-Adolphe Bouguereau, que mide 230 cm por 148 cm, fue realizada en el año 1876, vendido por su segunda esposa a museos de Estados Unidos en 1902, perteneció hasta el año 2010 a la colección del actor estadounidense Mel Gibson que dispuso su venta en la casa de subastas Sotheby’s donde fue adquirida por un coleccionista privado por la cantidad de 2,770,000 dólares. La tremenda fama del pintor academicista y burgués, cayó estrepitosamente ante el avance del impresionismo y las nuevas corrientes pictóricas de la modernidad. A partir de la última década, su notable valor artístico es nuevamente valorado y reconocido mundialmente.
La historia es una cascada de cientos de miles de historias. Cada una, son intensos universos girando vertiginosamente entre enjambres de nubes de estrellas, novas y súper novas, en un firmamento infinito…En medio de la gran historia, brilla minúscula, insignificante, como un partícula de átomo, la historia de Belinda.
Cuarta o quinta hija de un matrimonio de campesinos de Orzinuovi, un perdido poblado al norte de Italia, entre Milán y Brescia, su vida estaba entregada a las tareas de la casa, al corte del trigo en el verano, a cuidar las ovejas y ordeñar la única vaca de la familia. Cada domingo, a misa en la parroquia San Hilario y una vez al año, gran procesión de la Virgen de Caravaggio, aparecida milagrosamente en la cercana localidad, famosa además, por ser cuna de un renombrado pintor.
Rubiecita y delgada, parecida a todas, su tez cetrina se sonrojaba cuando los hermanos la comparaban con las cabras flacas y saltonas del corral, aunque ella en silencio esperaba la llegada de su primavera…y bordaba, en silencio, todo un ajuar en punto cadena, punto cruz, cadeneta, margarita y mosca vertical. Muy habilidosa, no dejaba género sin marcar y hasta las camisetas de los hombres, llevaban su impronta.
Pero los tiempos cambiaron y el trigal se convirtió en lodazal, las nubes blancas en cortina de humo y el trinar en ráfagas de metralletas. El 4 de junio de 1859, las tropas sardo-francesas al mando de Napoleón III derrotaron a los austro-húngaros en un paraje cercano a Magenta y el conflicto entre el Piamonte y el Imperio Austríaco, se trasladó hacia el este, justo en medio de su campo, para encontrarse en otra batalla crucial, en Solferino, veinte días después.
En medio de los dos fragores, la más cruel de sus batallas, perdida a los 14 años entre tres soldados de ojos claros, que nunca volvió a ver, ni recordar el idioma que gritaban. En esos tiempos, la deshonra era más fuerte que el amor, el dolor, la comprensión y el perdón…y aunque su pequeño rubiecito vivió unos días no más, Belinda tuvo que partir, con su atado de sueños a bordar a otro lado, lejos de la vergüenza.
Terminó en Garda, en una mansión frente al Lago, contratada como sirvienta de una acaudalada familia de Turín. El tiempo borra toda huella, como la lluvia, pero deja cicatrices y el rostro de Belinda nunca más sonrió, ni tan siquiera cuando la llamaron a la mesa para ser presentada a un importante visitante que ponderó a viva voz la belleza de unas servilletas de tenues colores, bordadas por una de las mucamas de la casa.
El visitante, muy famoso pintor, acababa de ser elegido, el 8 de enero de 1876, miembro de la Academia Francesa de Bellas Artes, ganador dos veces del Premio de Roma, profesor de la Escuela de Bellas Artes de París, presidente de la Asociación de Artistas Franceses, condecorado con la Legión de Honor, había pintado los retratos del emperador y su bella esposa y su popularidad y prestigio no tenía parangón en toda Europa, aunque lastimosamente venia de enterrar a un hijo.
Por tal motivo fue invitado por sus amigos banqueros a Garda, para que se distraiga en la casa solariega y para mitigar su dolor, tomó los pinceles y comenzó a pintar otro dolor. El tema no podía ser otro que una Piedad, infinidad de veces abordado por el arte, aportando su versión clásica y sencilla. Cristo y la Virgen ocupando la posición central, ella aparece sentada sosteniendo el cuerpo de su hijo en su regazo, muy similar a las theotokos del arte bizantino y su modelo no podía ser otra que esa bella y escurridiza mucama italiana que tímidamente aceptó posar.
Aunque el luminoso cuerpo de Jesús, atrae todas las miradas en un primer momento, el punto central del lienzo está en el rostro de su madre. La Virgen llora en silencio la muerte de su hijo, pero no por ello el sufrimiento es menor. Con la cabeza cubierta por una túnica negra de luto, los ojos enrojecidos por el llanto y los labios cerrados en un rictus de angustia, clava su mirada en el espectador. Sus manos entrelazadas sujetan con fuerza el cuerpo exánime, negándose a aceptar la pérdida del ser querido.
No sabemos más nada de ella. Belinda se perdió en la maraña de estrellas, pero su mirada apresada infinitamente en el lienzo, nos sigue contando su historia, su pequeña e insignificante historia de dolor.
CHANEL Nº 22
Las fragancias florales son comunes en productos dirigidos a la mujer. Chanel No 22, creado por la mítica modista en 1922, es un ejemplo de ello y el componente es una mezcla de beta-fenil-etil-alcohol, linalol y metil-dihidro-jasmonato. Los investigadores concluyen a partir de sus resultados que el olor de las fragancias puede aumentar y disminuir los niveles de hormonas humanas. El efecto es tan fuerte, que es muy posible que influyan en el comportamiento sexual humano.
Natalio es un rudo campesino del suroeste de Brazil. Vive en una pequeño rancho muy entrado en la selva de Guará, un poblado perdido a escasos cuarenta kilómetros de Rosario do Sul y su vida de 37 años, es tan simple, opaca y monótona que no ha podido superar el trauma de no tener hijos, a pesar que su Eudige, morocha petisona pero robusta, acepta gustosa acostarse casi todas las noches sobre el colchón prestado de su patrón.
El joven trabaja de sábado a sábado y muy pocas veces se adentra al pueblo, hace changas como hachero en el desmonte de las vecinas sierras coloradas y su compañera, cocina, limpia la casa y el corral.
Diametralmente opuesto, Juan Alberto, también con 37 años, es rubio, atractivo, inteligente y ganador. Es un abogado exitoso que no para de viajar por el mundo, ya que como coaching prestigioso de una Consultora Internacional, ofrece soluciones de alto valor agregado a más de cien empresas de primer nivel. No está casado, aunque le sobran mujeres en cada puerto y por el momento no piensa tener hijos ni sosegarse.
Juan, tomó el avión desde Paris a Sao Pablo y tras una breve pausa de dos horas y medias, abordó el vuelo 3021 hacia Argentina, con tiempo suficiente para un Coconut Latte en el Starbucks y un muffin de arándanos, apenas tibiecito.
Apurado como siempre, en el Charles De Gaulle, se detuvo en el free shopp y compró una manta de muselina para su abuela y un frasco de perfume para su madre, ese tan especial “con notas de nardos, azucenas, neroli, lirios del campo y flores de azahar”…según reza la publicidad y que usó en su juventud hasta conquistar a su esposo. Ella siempre le contaba que fue engendrado una noche de verano con perfume Chanel.
Pero el vuelo no fue para nada tranquilo. Al amanecer, atravesaron unas nubes oscuras y hubo mucha turbulencia, relámpagos, sacudones fuertes y vaivenes. Avisos de la tripulación en varios idiomas, un silencio nervioso en los pasajeros, cruces de miradas asustadas y hasta algunos llantos de varias mujeres.
Natalio, como de costumbre, regresaba a su rancho casi al atardecer cortando camino entre los matorrales de la zanja y sus pasos cansados dieron con un paquete chamuscado que contenía una caja de cartón semiquemado con un frasco dorado. Ni bien llegó, se lo entregó a Eudige como regalo, mientras ella exclamaba a los gritos la alegría de tener, por primera vez, un tan preciado y regio perfume.
Sin demoras, se puso en el cuello, en las muñecas y entre los senos, guiñándole un ojo. La noche era calurosa y en el colchón prestado, quedaron atrapados los olores de flores exóticas y sudor.
Pasaron cinco años y la morochita, mientras peinaba a sus tres hijos para llevarlos al jardín de Infantes, abrió el cajón de la roída mesita de luz para buscar una hebilla, y vio de refilón, ese viejo recorte del diario local con fotos de su casa en medio de un centenar de autos, gente y ambulancias, agolpados durante semanas en la zona, para rescatar sobrevivientes de un tremendo accidente aéreo, donde apenas se salvaron cuatro mujeres, un señor mayor y dos bebés…y ese frasco de perfume, ya vacio.
Cansinamente y con sus ojos achinados, deletreó una vez más el nombre impreso en el vidrio… C.h.a.n.e.l..Nº 22 y pensó de quién sería ese magnífico elixir de amor?…
LA MONJA DE SAINT PIERRE
Moissac es una ciudad ubicada al sur de Francia y fue unos de los puntos iniciales para las Peregrinaciones a Santiago de Compostela.
El Convento de Sth. Pierre, declarado Patrimonio Universal de la Humanidad, albergaba a los peregrinos medievales a la espera de otros contingentes y brindaba cobijo y asistencia.
La llamaron Ataulfa, como su abuela, peculiar nombre para una preciosa niña que nació prematuramente una noche de Navidad, en un viejo caserío de Lavit.
Su madre murió tres días después del parto y a duras penas la infanta sobrevivió, gracias a la leche y el cuidado de una nodriza vecina…y su padre, no pudo sostener la pena y en la primavera siguiente, su cuerpo fue encontrado en el fondo del torrente, cerca de la desembocadura del Geronne.
SIETE AÑOS DESPUES
A los siete años, Ataulfa fue llevada al Convento de Sainth Pierre en la cercana Moissac y nunca más salió.
Ingresó como ayudante de cocina, de la limpieza de los retretes y como entendía de plantas y yuyos, a los años la designaron ayudante de la hermana botiguera, donde se preparaban remedios, ungüentos y licores.
MAYORIA DE EDAD
Cuando cumplió su mayoría, tomó los hábitos y pasó a llamarse Sor María Elda, aunque todos le decían Mariela.
En el convento, los días eran exactamente iguales con frío o calor, con lluvias o soleados y sus costumbres, rezos, tareas y sueños no diferían ni un ápice desde centenares de años, cuando se fundó para contener a los peregrinos que marchaban incesantemente hacia su Ultreya de Santiago de Compostela.
DIAS TAN IDENTICOS
Tan idénticos, que nada cambió aquella mañana de mayo, en que se abrieron al alba, las puertas de la iglesia e ingresaron ruidosamente ciento cuatro peregrinos venidos de las comarcas vecinas de Montauban y Gaillac. Hombres y mujeres arropadas con botas escaladoras, morrales, bastones y la concha de nácar colgada al cuello, para distinguirse entre los asaltantes de caminos… todo tan igual y monótono en la mañana, hasta que un estruendoso ruido sobresaltó a las monjas que cantaban a alternancias sus himnos con voces celestiales.
UN JOVEN EN ESCENA
Un joven cayó de bruces, aplastado por su propio peso de ropajes y pertrechos, completamente tieso y aparentemente difunto. Los rezos corales no se interrumpieron, ni siquiera cuando las puertas hacia la enfermería crujieron agudamente y tronaron en toda la nave.
Sus compañeros le quitaron la ropa y al ver que reaccionaba temblorosamente, no lo abandonaron por muerto. Bañado en sudor, comenzó a balbucear llamando a su madre, hasta que quedó dormido. En el lugar, tenían un reservado apartado para el cuidado de enfermos y allí fue depositado este otrora alegre muchachón que desde que se sumó al grupo no dejaba de cantar y alentar a los rezagados.
BASUALDO EN ESCENA
Basualdo, aprendiz aventajado de profesión carpintero, era el menor de cuatro hermanos, todos dedicados a talar los bosques vecinos y fabricar puertas, ventanas y variados tipos de muebles. Con el entusiasmo del viaje y la euforia del permiso otorgado por los suyos, no atendió demasiado el corte profundo que se hizo cuando cepillaba unos viejos tirantes con clavos oxidados…y al momento, una asepsia generalizada, no le permitió continuar con el viaje.
Entre la vida y la muerte, tuvo que quedarse más de cuarenta jornadas en la enfermería de Sainth Pierre. Sor Mariela y otras hermanas de hábitos blancos, cumpliendo con sus tareas humanitarias, asistieron al joven con muchos cuidados; tantos, que una tarde cualquiera, a Mariela le corrió un frío en la espalda cuando el repuesto le tomó de las manos y le dijo: Gracias hermana!!!
Fueron sus primeras palabras luego de la agonía y sus ojos juveniles se cruzaron para siempre. Sonrojada y aturdida, huyó hacia el centro del claustro para dar gracias a Dios y día a día, regresaba con pudor e impaciencia a la enfermería, para ver a su paciente repuesto.
PARTIDA
Al partir, agobiado por la tristeza, Basualdo le regaló una pequeña crucecita de plata que guardaba entre su ropaje y escondía la promesa de otra joven. Mariela, sin contestarle, la engarzó en su Rosario de quince misterios, justo en la pausa segunda “La visitación de María a su prima Santa Isabel” y regresó a su monótona actividad…aunque, hasta el fin de su vida, en sus interminables laudes, recordaría esos ojos claros y profundos de un amor, entre profano y celestial, que nunca se consumó…